Al
perdón se le puede definir así: “El
perdón es la acción por la cual, expresamos a alguien disculpas por nuestros
errores o admitimos la falta del otro, y aceptamos su petición”. Mucho se ha dicho sobre el mismo,
pero hay frases memorables como las siguientes: “Perdonar es no tener demasiado en
cuenta las limitaciones y defectos del otro, no tomarlas demasiado en serio,
sino quitarles importancia, con buen humor, diciendo: ¡sé que tú no eres así!”
(Robert Spaemann) – “A perdonar sólo se aprende en la vida cuando a nuestra vez
hemos necesitado que nos perdonen mucho” (Jacinto Benavente). Mucha tela hay por cortar en la materia, considerando
que el perdón es un acto en el presente sobre un hecho en el pasado para no
repetirlo en el futuro, y más, en estos tiempos de diálogos de paz cuando las
Farc (terroristas antiambientales) se ufanan de sus acciones, justificándolas
dizque por la mediocridad de los gobiernos (así lo dicen tanto sus jefes como
sus ultradefensores), pero que en la
práctica, ninguna verdad justifica a la otra. El caso de la presente
columna es muy peculiar porque mediante una Sentencia de la Corte
Constitucional, una multinacional debe pedir perdón a una comunidad por los
daños ambientales causados a su entorno, que incluso, podrían llegar a ser
irreversibles.
El lugar de esta historia es la ciudad de Cartagena de
Indias, supuesta vitrina turística de Colombia, con un título tan solo en el
papel de Patrimonio Histórico de la Humanidad, pero que en la realidad no se
aplica, ya que los niveles de caos y desorden de mezclan con la inseguridad, la
carencia de servicios públicos y el irrespeto al Medio Ambiente y Desarrollo
Sostenible. Basta con mirar la adoración que sus gentes de alta sociedad le
tienen a la India Catalina, cuya acción fue aliarse con los depredadores
españoles quienes acabaron con su pueblo, la agonía lenta y dolorosa de la
Ciénaga de la Virgen, el abandono de sus playas públicas así como su usurpación
por parte de hoteles cuyos dueños tienen dinero y abogados para recurrir a toda
clase de rabuladas; y una dirigencia política, que hagan el favor, dejan mucho
que desear, no piensan en la comunidad, tan solo en su estatus social que les
permite salir con cualquier mentira en las secciones sociales de los medios de
comunicación.
La empresa protagonista de este caso es Dow Química, la cual
lleva muchos años con sede en el supuesto Corralito de Piedra; le ha dado pocos
empleos a los habitantes del área metropolitana, pero eso sí, aparecen con
carrozas y tragos en todos cuanto festival hay (incluido el Reinado de la
Belleza, a cargo de Raimundo Angulo y Alfredo Barraza), inclusive, durante varios años, sus ejecutivos se han casado con las
niñas cartageneras de prestantes familias, con eventos sociales donde se
derrocha la plata que le podría servir en inversiones necesarias en las zonas
más populares. ¿Cuál es el trabajo de Dow? En su página web se puede leer: “Con su
casa matriz en Indianápolis, Indiana, Estados Unidos, Dow Agro Sciences es un líder global en la
provisión de productos para el control de plagas, productos agrícolas y de biotecnología. La compañía emplea más de 6.000 personas en 50
países y realiza ventas en el ámbito mundial por más de 3 mil millones de
dólares”. Suena muy bonito e interesante, pero el tema de hoy no es que sea muy
agradable, y por ende, tendrán que pedir perdón de verdad.
Entre sus productos se encuentra el
Lorsban, un insecticida usado para tratar plagas de los mismos en los cultivos
agrícolas, el cual es muy utilizado en Colombia, principalmente por los grandes
grupos que acaparan tierras en la región Caribe. En junio de 1989 (hace 26 años
aproximadamente), cuando el país vivía una de sus épocas más amargas gracias a
las crueldades de todos los grupos al margen de la ley, hubo un singular hecho que
atrajo la atención mediática: la planta que tiene esta multinacional en el
sector de Mamonal, vertió (¿de forma accidental?) 23.8 kilogramos del químico
en mención a la bahía, causando daños ambientales que hoy en día, ya se están considerando
como irreversibles, entre ellos, la reducción de la actividad pesquera, fuente
de ingresos para los campesinos de la zona. Precisamente, la comunidad
correspondiente con la organización Fundepúblico entablaron las demandas
correspondientes ante las autoridades ambientales nacionales y locales, que no
le pusieron prioridad al tema a lo largo de este tiempo.
Tan solo, se vino a dar luz en días
pasados, con la sentencia T-080 de 2015, emitida por la Corte Constitucional en
donde se expresa: “La
Sala Sexta de Revisión de la Corte Constitucional ordenó a la empresa Dow
Química restablecer la zona de la bahía de Cartagena afectada por el
vertimiento de un pesticida (Lorsban) el 19 de junio de 1989. Le exigió además
proferir un comunicado en un diario local en el que reconozca las fallas
humanas e institucionales que condujeron al derrame del compuesto químico y
ofrezca perdón público por los daños ocasionados al ecosistema de la región y a
sus pobladores”. 26 años tuvieron que pasar para llegar aquí,
y si bien, a la multinacional le tocará respetar y obededer, así sea a
regañadientes, hay que agregar: se
necesita una solicitud de perdón y arrepentimiento, real y verdadera, tanto en
la teoría como en la práctica.
PD1:
lo más grave del Decreto Chavista 1787 sobre las Zodimain, es el daño ambiental
que se podría generar por la locura bolivariana, con la bendición de la oposición
venezolana. Colombia pagaría los platos rotos.
PD2:
El Papa Francisco le dio un golpe duro a los intereses ultracatólicos en su
encíclica Laudato Si.
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