Terminando el año anterior y empezando el presente, el
autor de la presente columna se dio a la tarea de leer dos libros que se
consideran interesantes no solo por su temática, sino también porque hace
remover los sentimientos más profundos en el corazón. No es que sea un
experto en literatura ni escritor, pero sí gusta de leer una buena obra de vez
en cuando, para no caer en la ignorancia de las fake news ni en los chismorreos
del estrato mil, porque leer un libro es un deber de todo ser humano, para
reflexionar sobre la vida y como se debe afrontar el futuro con base en un
pasado que ya no es irreversible y un presente donde se deben elegir las
mejores alternativas de vida. Y esta época es la más propicia para dedicarse a
tan agradable menester, por cuanto ya las labores se aflojan un poco en vista
de que ya la mayoría de los proyectos han sido desarrollados, además de que no
todas las fiestas de fin de año son lo más indicado para dedicarse un poco de
tiempo a sí mismo, sino para desintoxicar el cuerpo y el espíritu de todas las
situaciones vividas a lo largo y ancho del año que termina, para recargar
energías con miras al año que viene.
El Primer Libro es LO QUE NO TIENE NOMBRE, cuya
autora es la autora antioqueña Piedad Bonnett. Se trata de un bello relato en
homenaje a su hijo Daniel, fallecido hace 12 años, producto de una enfermedad
que es mejor no mencionarla, por cuanto implica estigmatización social y un
dolor familia irremediable. Esta edición de la obra por parte de Alfaguara,
especial para conmemorar los primeros diez años de la obra, que incluye unas
hermosas obras de arte por parte del joven, así como el relato de la autora a
su dolor, que, si bien no se va, se asume como un reto para seguir adelante. Se
puede leer las diversas situaciones de la familia y amigos frente a la
tragedia, así como lo que originó esta situación y la forma en que se está
afrontando. Este es un tema que puede ocurrir en cualquier familia, sin que se
vuelva motivo de discordia o de estigmatización (hay que anotar que en la
sociedad colombiana aún se recurre a esta práctica tan ruin para justificar
comportamientos absurdos como el rechazo). Es un libro donde está expresado
todo el amor de una madre frente a la tragedia que afrontó su hijo.
El segundo es nada más y nada menos que LA VORÁGINE, de
José Eustasio Rivera (no es pariente del autor de la presente columna), que
cumple 100 años de haberse escrito y presentado. En este caso, se eligió UNA
EDICIÓN COSMOGRÁFICA, hecha a cuatro manos por las Antropólogas Margarita Serje
y Erna Von der Walde, Antropólogas de Profesión y Docentes de la Universidad de
los Andes. No solo se limitan al relato en primera persona hecho por Arturo
Cova (en letras de Rivera) sobre su periplo por la Orinoquía y la Amazonía con
su amada Alicia, ni las aventuras que tuvo que vivir Clemente Silva para
recuperar los restos de su hijo Luciano, muerto en la manigua; también
hacen un recuento sobre todas las ediciones que se hicieron de la presente obra,
incluyendo mapas para hacer un exquisito estudio sobre la misma, con la primera
parte de la última edición de la obra en 1929, a la cual se añadieron la
cartografía hecha por el autor en ediciones anteriores. Posteriormente vienen unas
experiencias escritas de varios expertos en la materia (Alexander Von Humboldt
y Rafael Reyes), sobre sus viajes por la Orinoquía y la Amazonía, incluyendo
una carta que el mismo José Eustasio le escribió a Henry Ford, para hacerlo
reflexionar antes de que pusiera en marcha unas Colonias Caucheras.
Bien vale la pena decir que leer un libro no es ningún
delito como lo quisieron imponer cierta mojigatería religiosa durante el siglo
XIX y la primera mitad del siglo XX, y que, si bien aún no ha desaparecido este
concepto peligroso, ya se puede expresar con orgullo cada vez que se ha
superado el reto de leer cualquier obra literaria, así como que se haya
entendido y asumido las lecciones de vida que dejan en el camino. Para quienes creen que la ignorancia es la
mejor aliada para imponer criterios e ideologías, les debe quedar claro el
mensaje de que no se juega con un asunto tan delicado, que entre más se lea y
se instruya, será mejor la conciencia política de cada ciudadano. El autor
de la presente columna no es un experto en estas lides, pero si deja entrever
la satisfacción que le produjo leer estas dos obras, así como llevar en mente
los legados y las lecciones que le dejaron. Y por eso, insta a quien lea la
presente, a que se tome un tiempo para leer una obra literaria y se mire luego
al espejo.
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