Hoy no
se hablará en la presente columna sobre un tema específico de Medio Ambiente y
Desarrollo Sostenible, ni se alabará ni se criticará a nadie, tan solo se
compartirá la experiencia personal de llevar viviendo 40 años en esta Jungla de
Cemento llamada Bogotá Distrito Capital. El autor de la presente columna lo
hace como un modo de reflexión sobre el destino de los (las) colombianos (as), que,
por diversos motivos, en su mayoría por factores relacionados con el conflicto,
han emigrado a las grandes urbes, buscando nuevas y mejores oportunidades.
Cuando se habla de que en la Capital de Colombia o Atenas Suramericana existen
todos los medios para salir adelante y ser mejor persona, independiente de que
sean ciertos o no, se está refiriendo a un precedente histórico no solo en
Colombia, sino en la mayoría de los países del mundo, ya que en estas
metrópolis están los mejores centros educativos y de formación, así como la
mayoría de oportunidades de desarrollo laboral. Y por lo anterior, es justo
agradecer con Bogotá por todas las cosas positivas que ha brindado, así como
trabajar en sus aspectos negativos que la hacen ver como ese monstruo de diez
cabezas que aún espanta a la gente.
En
1981, cuando se residía en la ciudad de Armenia (Quindío), al padre del autor
de la presente columna, se le presentó una nueva y mejor oportunidad
profesional (Medicina) en la capital colombiana, y el 25 de junio de ese mismo
año se realizó el traslado de toda la familia con todos los enseres. En ese
entonces, en Colombia aún reinaba el Estatuto de Seguridad del Presidente en
ese entonces, Julio Cesar Turbay Ayala (el Señor de los Corbatines), aunque en
teoría, porque quien mandaba realmente era el Ministro de Defensa
correspondiente, General Luis Carlos Camacho Leyva (era un régimen similar al
de los países del Cono Sur, que se encontraban ahogados en la nefasta Operación
Cóndor); aún estaba vigente la conservadora Constitución de 1886, la cual
obligaba a todos los habitantes de este Macondo a rezar el rosario todos los
días, e ir a misa todos los domingos. En la política, apenas se estaba asomando
el Nuevo Liberalismo con Luis Carlos Galán, Iván Marulanda y otros líderes políticos
jóvenes en esa época, como una respuesta a los amaños en la Convención Liberal
que se realizó ese año para elegir al ExPresidente Alfonso López Michelsen como
su candidato a elecciones en 1982, mientras que Belisario Betancur emergía como
la opción de los godos. Ah, ya estaban por ahí Pablo Escobar y los Rodríguez
Orejuela merodeando en el capitolio, mientras que en la Aerocivil vivía una
dictadura del Número 82.
En el
mundo, empezaban el show ultraconservador de Ronald Reagan en EEUU, aún existía
la Unión Soviética bajo la mano dura de Leonid Breznhev, Margaret Thatcher
trataba a las patadas a los sindicatos mineros que abogaban por mejoras
laborales; Lech Walesa hacía movilizar a Polonia en contra de la dictadura
comunista en ese entonces, incluso, fue encarcelado y la URSS quiso invadirlos.
En América, como se dijo antes, aún existía la nefasta Operación Cóndor con
Pinochet en Chile, Stroessner en Paraguay, y demás dictaduras en Argentina,
Brasil, Paraguay y Uruguay; Venezuela aún vivía del petróleo que exportaba a
todo el mundo; y en la farándula, se impuso el Matrimonio del Príncipe Carlos
con Diana Spencer, un cuento de hadas que se derrumbó años más tarde. En
cuanto a Colombia, aún se creía que tenía solo 22 millones de habitantes (según
el censo hecho en 1973), políticamente se hallaba dividida en el Distrito
Especial (Bogotá), Departamentos, Intendencias y Comisarías (Amazonía,
Orinoquía y el Archipiélago de San Andrés).
Regresando
a Bogotá que en la época era Distrito Capital, ya se hablaba del metro que
aparentemente iba a construir el Alcalde en ese entonces, Hernando Durán Dussán;
el panorama lo dominaban los buses anaranjados y verdes (Transporte Sin
Subsidio), que mantenían llenos todo el día; existían los famosos buses eléctricos
que se habían traído de la URSS, los trolebuses que iban conectados mediante
tirantas a cables eléctricos con las consecuencias para el tráfico cuando se
iba la energía eléctrica (y eso que en dicho año hubo racionamiento del
servicio, no tan severo como el de 1992). La séptima no tenía senderos
peatonales, y ya se vivía el “un solo sentido hacia el norte” desde las seis de
la tarde. Al estadio El Campín le metían mas de sesenta mil personas en los
partidos importantes y el edificio más alto de la urbe (y del país) era la
Torre Colpatria, puesta en servicio tres años antes. Era común ver basuras en
la calle, y también ya se hablaba del problema de niños abandonados en la misma
(a quienes absurdamente se les decía gamines); la contaminación auditiva, visual
y ambiental ya reinaba en el centro de la misma, y la corrupción política, ya
reinaba en ese entonces. Así y todo, Bogotá le dio al autor de la presente
columna la oportunidad de desarrollar su adolescencia y adultez en la misma,
donde la gran ventaja es el anonimato que te permite una vida social en paz.
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