No es extraño ver en los últimos años, la aparición de
mentes chifladas pregonando la salvación de países con métodos absurdos, con
estrategias de comunicación que logran convencer a más de uno de que tienen la
razón. Prometen el oro y el morro, pero cuando llegan al poder, no permiten
ni sugerencias, dicen que la oposición quiere hacerles la vida imposible, y se
valen de todo para hacerlos callar y desaparecer. Ejemplo, Trump en EEUU,
Putin en Rusia, Meloni en Italia, Ortega en Nicaragua, Bolsonaro en Brasil, Evo
en Bolivia, Chávez en Venezuela, Uribe y Petro en Colombia, entre otros; se
toman fotos con la mano en el corazón, dándose un aire de patriotismo, una
bondad falsa y una actitud de hipnotizar a todo el mundo para luego destruirles
sus esperanzas y burlarse en la propia cara. La izquierda y la derecha no se
escapan de semejantes loquitos y loquitas, quienes, con un discurso y una
oratoria geniales en un principio, pero que con el paso del tiempo se convierte
en un amargo toque de ambiciones personales, con medios de comunicación
arrodillados a sus aberraciones politiqueras, con bodegas en las redes sociales
que se meten con quien no esté de acuerdo, y lo matonean a más no poder, como
si fuese obligatorio apoyarlos, lo cual no es cierto.
Incluso, en la Antigua Roma apareció Nerón, un hombre
demente que se creía un Dios, que incluso mandó asesinar a su madre y esposa
acusándolas de querer darle un golpe blando (como dicen por ahí), y luego sin
ningún decoro, mandó quemar toda la ciudad de Roma; su suerte tampoco es que
haya sido afortunada. Carlomagno quien utilizaba su espada para matar a quien
se le diera la gana en nombre de Cristo (estilo Inquisidor Ordoñez); Iván el
Terrible en Rusia, Enrique VIII quien era feminicida por naturaleza, Napoleón
Bonaparte, chiquito y jodido, para mencionar unos cuantos. En el siglo pasado
llegaron Theodore Rooselvelt quien fue benefactor de la Independencia de
Panamá, Adolfo Hitler y su ambición de nazismo, Benito Mussolini con Clareta
Petacci, José Stalin y su política de purga en la antigua Unión Soviética,
Fidel Castro y su discurso, Jorge Videla y sus compadres de la Junta Militar
Dictadora en Argentina, Francisco Franco y su guerra civil española, el mismo
Mao Tse Tung en China, Ferdinando Marcos y su esposa Imelda en Filipinas,
Suarto en Indonesia. Incluso, la dinastía dictadora de Corea del Norte, quienes
obligan al pueblo a llorarles cuando sus féretros pasan en el desfile.
Pero el tema de la presente columna desafió las urnas en
Argentina, se puso por encima de los candidatos tradicionales. El señor (si
se le puede llamar así) Javier Milei, cuya campaña es muy extraña, llamando la
atención sus enormes patillas (que nada tienen que ver con Carlos Menem); muy
histriónico a la hora de dar discursos, quiere ser cantante, jefe de orquesta,
y Presidente de Argentina. Muy extraño que, en el país gaucho, peronista en
política y de centro – izquierda, por las decepciones de los últimos gobiernos
en temas tan álgidos como las negociaciones con el FMI, la guerra de las
Malvinas, la crisis económica con una inflación de más del 100%, problemas de
seguridad urbana y rural, así como la pérdida de liderazgo en América Latina,
ha hecho que semejante loco y excéntrico aparezca como la primera opción para
llegar a la Casa Rosada a finales del presente año. De extrema derecha,
calificó al Expresidente Iván Duque de tibio (un halago para el desastre de la
Economía Naranja), admirar a Donald Trump (incluyendo su prontuario judicial),
creerse el Mesías que llevará al país a algo más grande que sus tres
campeonatos mundiales de futbol (pisoteando a Maradona y a Messi).
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