Hace 40 años,
exactamente entre el seis y siete de noviembre de 1985, se dio uno de los
acontecimientos más humillantes para la Historia de Colombia como País; las
masacres en el Palacio de Justicia por las tomas y retomas posteriores que se
dieron, debido a la irresponsabilidad y arrogancia, tanto del M-19 como de las
Fuerzas Militares. No se puede considerar como una “Genialidad” según
Gustavo Petro, ni se estaba “Defendiendo la Democracia”, como lo afirma Alfonso
Plazas Vega. Pudieron más los intereses particulares (entre los cuales había
muchos oscuros, toca recordar que se estaba analizando la constitucionalidad
del Tratado de Extradición firmado en 1980), así como muchos casos de torturas,
violaciones y desapariciones que se encontraban bendecidas por el nefasto
“Estatuto de Seguridad”, durante la administración Leyva Camacho – Turbay Ayala
entre el siete de agosto de 1978 y la misma fecha, pero de 1982. Todo esto
suena a extraño, pero en un país donde se le quita el esquema de seguridad a la
sede del Poder Judicial bajo mentiras días antes de la hecatombe, sumando al
Ego de los Jefes del Grupo Guerrillero, cuando pretendían hacerle un juicio que
no era legal, al Presidente de ese entonces, Belisario Betancourt Cuartas. ¿Hubo
varias intentonas golpistas, de los guerrilleros como de ciertos miembros de
las FFMM? La pregunta sigue ahí para ver si algún día la responden.
Porque un hecho tan
podrido como este, jamás se debe repetir, es que debe reflexionarse siempre
sobre la mayor conveniencia del diálogo para debatir los problemas del país y
solucionarlos, que la vía de las armas, llevándose a un mundo de vidas
inocentes, como lo que pasó en el costado norte de la Plaza de Bolívar hace más
de cuarenta años. Para esto, se recomienda mirar, leer y escuchar, tanto una
película de cine colombiano (Siempreviva) y un libro (Mural, de Ricardo Silva
Romero). “Siempreviva”, basada en la obra de Miguel Torres, bajo la el trabajo
de Clara María Ochoa, es un filme que le revuelve a quien la ve, lo más
profundo de su alma: transcurre en la casa donde vivía Julieta (personaje
central de la obra y quien desaparece en el Palacio de Justicia, mientras
trabajaba en la Cafetería del mismo), su madre Lucía jamás se resignará a tener
duelo por su muerte y tendrá en su corazón la esperanza de que algún día
regrese. Este triste acontecimiento traerá consecuencias sobre los demás
habitantes de esta casa, que se ubica cerca a la Plaza de Bolívar.
Ellos son: Humberto
(hijo de Lucía y hermano de Julieta), Carlos (quien tiene un negocio de
prendería, y ejerce presiones indebidas sobre los demás para obtener réditos
económicos, tiene un hijo preso en EEUU por llevar cocaína), Sergio y Victoria
(pareja residente, quienes padecen los problemas del rebusque en su vida
matrimonial). Al final, la búsqueda de Julieta (personaje basado en Cristina
Guarín, desaparecida y asesinada) y la verdad, los hará reflexionar y unirse. El
Libro “Mural”, de Ricardo Silva Romero (escritor y columnista de El Tiempo),
también es un trabajo hecho, tanto con experiencias personales (la mamá del
autor trabajó años antes de la toma en el Palacio, mientras que un tío, murió
en la barbarie por órdenes de Andrés Almarales, Jefe del M-19), así como todos
los expedientes judiciales que se han abierto sobre el mismo, y los testimonios
expuestos ante la Comisión de la Verdad. Se pone a describir cada
acontecimiento como si fuese un mural o cuadro pintado, desde la creación del
mismo M-19, hasta las decisiones desacertadas del Comando de las FFMM para
“recuperar” el Palacio de Justicia, pasándose por encima al Comandante Supremo,
o sea, el Presidente de la República, ¿Porqué Belisario en calidad de
presidente asumió toda la responsabilidad en un discurso posterior?
El conocimiento
personal de Ricardo Silva sobre varios de los trabajadores (Judiciales y
Administrativos) del máximo ente judicial colombiano en ese entonces, hace que
se vaya caminando, mirando y palpando todas las oficinas, con sus respectivos
empleados, sus cosas personales, sus sueños de futuro y sus amistades. Cuando
ya había balacera en el mismo y el incendio era incontrolable, aún mantenían la
esperanza de que hubiese un diálogo, pero los posibles canales de comunicación
entre ellos y la Casa de Nariño fueron rotos (¿quién asumirá esta
responsabilidad?); los ruegos de Darío Reyes Echandía, así como los buenos
oficios sugeridos por el Ministro de Justicia de ese entonces, Enrique Parejo
González (quien era paisano de Almarales), fueron desatendidos; incluso se le
dio prioridad a un partido de futbol en la noche del miércoles seis, mientras
estaba “El Palacio en Llamas”. Durante muchos años los restos del destruido
palacio permanecieron como un testigo mudo y triste de la historia, y si bien,
hoy en día hay una construcción que se alinea más al estilo de la Plaza de
Bolívar; seguirán las voces de las víctimas (ejes centrales de “Siempreviva” y
“Mural”) exigiendo Verdad, Justicia y Reparación, que el Estado Colombiano debe
darles, para que no continúe la impunidad.