martes, 22 de junio de 2021

BOGOTÁ 40 AÑOS

 

Hoy no se hablará en la presente columna sobre un tema específico de Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible, ni se alabará ni se criticará a nadie, tan solo se compartirá la experiencia personal de llevar viviendo 40 años en esta Jungla de Cemento llamada Bogotá Distrito Capital. El autor de la presente columna lo hace como un modo de reflexión sobre el destino de los (las) colombianos (as), que, por diversos motivos, en su mayoría por factores relacionados con el conflicto, han emigrado a las grandes urbes, buscando nuevas y mejores oportunidades. Cuando se habla de que en la Capital de Colombia o Atenas Suramericana existen todos los medios para salir adelante y ser mejor persona, independiente de que sean ciertos o no, se está refiriendo a un precedente histórico no solo en Colombia, sino en la mayoría de los países del mundo, ya que en estas metrópolis están los mejores centros educativos y de formación, así como la mayoría de oportunidades de desarrollo laboral. Y por lo anterior, es justo agradecer con Bogotá por todas las cosas positivas que ha brindado, así como trabajar en sus aspectos negativos que la hacen ver como ese monstruo de diez cabezas que aún espanta a la gente.

 

En 1981, cuando se residía en la ciudad de Armenia (Quindío), al padre del autor de la presente columna, se le presentó una nueva y mejor oportunidad profesional (Medicina) en la capital colombiana, y el 25 de junio de ese mismo año se realizó el traslado de toda la familia con todos los enseres. En ese entonces, en Colombia aún reinaba el Estatuto de Seguridad del Presidente en ese entonces, Julio Cesar Turbay Ayala (el Señor de los Corbatines), aunque en teoría, porque quien mandaba realmente era el Ministro de Defensa correspondiente, General Luis Carlos Camacho Leyva (era un régimen similar al de los países del Cono Sur, que se encontraban ahogados en la nefasta Operación Cóndor); aún estaba vigente la conservadora Constitución de 1886, la cual obligaba a todos los habitantes de este Macondo a rezar el rosario todos los días, e ir a misa todos los domingos. En la política, apenas se estaba asomando el Nuevo Liberalismo con Luis Carlos Galán, Iván Marulanda y otros líderes políticos jóvenes en esa época, como una respuesta a los amaños en la Convención Liberal que se realizó ese año para elegir al ExPresidente Alfonso López Michelsen como su candidato a elecciones en 1982, mientras que Belisario Betancur emergía como la opción de los godos. Ah, ya estaban por ahí Pablo Escobar y los Rodríguez Orejuela merodeando en el capitolio, mientras que en la Aerocivil vivía una dictadura del Número 82.

 

En el mundo, empezaban el show ultraconservador de Ronald Reagan en EEUU, aún existía la Unión Soviética bajo la mano dura de Leonid Breznhev, Margaret Thatcher trataba a las patadas a los sindicatos mineros que abogaban por mejoras laborales; Lech Walesa hacía movilizar a Polonia en contra de la dictadura comunista en ese entonces, incluso, fue encarcelado y la URSS quiso invadirlos. En América, como se dijo antes, aún existía la nefasta Operación Cóndor con Pinochet en Chile, Stroessner en Paraguay, y demás dictaduras en Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay; Venezuela aún vivía del petróleo que exportaba a todo el mundo; y en la farándula, se impuso el Matrimonio del Príncipe Carlos con Diana Spencer, un cuento de hadas que se derrumbó años más tarde. En cuanto a Colombia, aún se creía que tenía solo 22 millones de habitantes (según el censo hecho en 1973), políticamente se hallaba dividida en el Distrito Especial (Bogotá), Departamentos, Intendencias y Comisarías (Amazonía, Orinoquía y el Archipiélago de San Andrés).

 

Regresando a Bogotá que en la época era Distrito Capital, ya se hablaba del metro que aparentemente iba a construir el Alcalde en ese entonces, Hernando Durán Dussán; el panorama lo dominaban los buses anaranjados y verdes (Transporte Sin Subsidio), que mantenían llenos todo el día; existían los famosos buses eléctricos que se habían traído de la URSS, los trolebuses que iban conectados mediante tirantas a cables eléctricos con las consecuencias para el tráfico cuando se iba la energía eléctrica (y eso que en dicho año hubo racionamiento del servicio, no tan severo como el de 1992). La séptima no tenía senderos peatonales, y ya se vivía el “un solo sentido hacia el norte” desde las seis de la tarde. Al estadio El Campín le metían mas de sesenta mil personas en los partidos importantes y el edificio más alto de la urbe (y del país) era la Torre Colpatria, puesta en servicio tres años antes. Era común ver basuras en la calle, y también ya se hablaba del problema de niños abandonados en la misma (a quienes absurdamente se les decía gamines); la contaminación auditiva, visual y ambiental ya reinaba en el centro de la misma, y la corrupción política, ya reinaba en ese entonces. Así y todo, Bogotá le dio al autor de la presente columna la oportunidad de desarrollar su adolescencia y adultez en la misma, donde la gran ventaja es el anonimato que te permite una vida social en paz.

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